Mientras que la alimentación no se diversifica, la leche constituye la única fuente de proteínas animales con un elevado valor biológico. En el momento en que se introducen las verduras y las frutas, el aporte de proteínas animales se reduce como consecuencia de la disminución de la ingestión de leche. Esta reducción debe compensarse con la introducción de huevos, carne o aminoácidos. Huelga decir que el jugo de carne, que todavía suele recetarse, carece de interés nutritivo (como mucho, puede considerarse como una iniciación al sabor de la carne). Anteriormente, se aconsejaba rascar la carne con un cuchillo. Hoy en día, se venden productos para bebé con carne homogeneizada.
El niño puede comer todo tipo de carnes. No es preciso que el hígado sea de ternera; puede utilizarse también hígado de cordero, de volatería o de cerdo. Asimismo, puede tomar todo tipo de pescados. Algunos tienen un gusto muy fuerte y se tarda más en digerirlos: caballa, atún, arenque, sardina. Es preferible no ofrecérselos al niño cuando es muy pequeño, aunque a algunos les gustan.
Los huevos son una fuente rica en proteínas. Como la clara del huevo cruda puede provocar alergias, se recomienda preparar los huevos duros.
Los sesos son interesantes por la untuosidad que confieren a los preparados, pero su interés nutritivo real no está a la altura de su fama.
No es preciso comprar alimentos especiales para el niño. Para preparar su comida puede utilizar parte de lo que se cocine para todos, a condición de que la cocción se haya efectuado con muy pocas materias grasas. El niño empezará así a compartir los hábitos alimenticios de la familia.
Los alimentos homogeneizados ofrecen mezclas de verduras con carne y pescado perfectamente adaptados a las necesidades del niño. La proporción de carne o de pescado, así como su aporte de proteínas, varía bastante de un producto a otro, por lo que hay que fijarse bien en las etiquetas.