Un niño con buena salud y feliz no duerme nunca demasiado, pero una prolongación inusual de la duración del sueño debe alertar a los padres. Puede que incube una enfermedad. Conviene echar un vistazo a la habitación: ¿respira con regularidad y silenciosamente?, ¿tiene fiebre? En caso de duda, hay que tomarle la temperatura. Si la situación persiste, es mejor que le examine el pediatra.
Si no está enfermo, deberás observar su comportamiento cuando está despierto. ¿Parece triste? ¿Juega menos que antes? Intenta comprender el motivo. Es posible que se refugie en el sueño y con ello le revele algún malestar. Háblale con cariño, consuélelo y, si se da el caso, habla con las personas que cuidan de él durante el día para descubrir cuál es el problema.