Al enderezarse para andar, el bebé consigue un logro importante. Pero todavía es inestable. Cuando está de pie, tiene la espalda arqueada y los pies separados. Su marcha, torpe y vacilante, recuerda la de un pato. Es la época de los tambaleos, en la que el menor contacto es suficiente para hacerle perder el equilibrio. Empieza entonces el periodo de los chichones, fase delicada en la que el niño, aún frágil, sin conciencia del peligro ni de sus limitaciones, pero ávido de aventuras, corre el riesgo de hacerse daño.
Para ayudarle en este periodo debe crearse un clima de seguridad material y afectiva a su alrededor, sin impedirle que tenga sus propias experiencias. Comprueba al máximo que el entorno es seguro y elimina los objetos peligrosos y las posibles causas de accidente. Anímalo en sus descubrimientos y permítele efectuar solo sus primeras exploraciones. Ayudarlo consiste también en mantener una estrecha relación con él, ponerse en su lugar y prever sus reacciones para prevenir los peligros reales, que solamente el adulto puede imaginar.