Otra enorme conquista que logran a estas edades es darse cuenta de que sus padres no lo saben todo, no pueden leerles el pensamiento. Lo que el niño piensa es de él y los adultos no tienen acceso a eso, salvo que él lo cuente. Y entonces puede aparecer la mentira como forma de comprobar semejante descubrimiento.
Es decir, las primeras mentiras pueden tener la función de explorar, al ver que poseen una intimidad que pueden contar o reservarse. Así son capaces de negar la evidencia más palmaria: «Mira, otra vez has entrado a casa con los pies mojados», podemos decir señalando las huellas y ellos: «Que yo no he sido».
Van comprobando, una y otra vez, ante su propio asombro, que pueden tener secretos para con sus padres. Un niño que aún no había cumplido los cuatro años decía a sus padres que estaba cansado cuando éstos le pedían que hiciera alguna tarea y él no tenía ganas. Aunque no le creían, no podían desenmascararle hasta que una vez el crío les dijo que estaba cansado y que no quería ir ¡cuando le mandaban a la cama! O el pequeño que corrió hasta su madre y le dijo: «No rompí la lámpara y no lo voy a hacer más».
Así, a medida que van descubriendo su mente y la de los otros pueden empezar a pensar en la mentira y, poco a poco, con la ayuda de los adultos, distinguirla de las ficciones o del error.
No es lo mismo, pero les parece igual
Alrededor de los tres años los niños saben que mentir es «decir algo que está mal». Y cuando se les pregunta si un niño que dice que «dos más dos son cinco» está mintiendo, hasta pasados los seis años dicen que sí. No distinguen entre estar equivocado y estar mintiendo. A los cuatro años ninguno duda entre qué es una broma y qué una mentira. Pero hasta la edad escolar necesitan que les aclaren mucho las cosas para distinguir entre mentira, error, broma, ironía, mentira piadosa y todos los innumerables matices de las intenciones.
Hasta los cuatro años los niños no pueden mentir aunque reconozcan las mentiras en los relatos, porque todavía no entienden que pueden engañar, es decir, influir sobre las creencias de otros con sus palabras. Poder mentir es darse cuenta de las intenciones que tiene alguien cuando dice algo y de que esa intención puede ser el engaño. Todo un avance del pensamiento.