La figura materna se ha convertido en algo insustituible para el niño, pero no siempre está con él para responder a su llamada. Sus sentimientos hacia ella (también hacia su padre) se vuelven más ambivalentes: marcados a la vez por el amor y por cierta agresividad.
Las transformaciones afectivas que vive el niño a lo largo del periodo entre los 8 y los 12 meses le ayudan a adquirir conciencia de su existencia, independiente de la de su madre, y son indispensables para la construcción de su personalidad. En esta época, el niño comprueba que un mismo objeto, como en este caso su madre, puede ser a la vez fuente de placer y de sufrimiento. Puesto que acaba entendiendo que su madre es distinta de él y que puede estar ausente, aprende poco a poco a consolarse solo y a crearse un universo personal. Es importante que conserve toda la confianza en su madre y que sepa que ésta le querrá siempre.