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El parto inducido de Paula acabó por ser cesárea

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Mateo venia con varias vueltas de cordón que impidieron el parto vaginal, pero Gema no sufrió

En una revisión de rutina me sugirieron ir al hospital, pues el crecimiento del bebé se habla estancado. Al día siguiente echamos la canastilla al coche y nos presentamos en el hospital. Una vez allá, me informaron que, por lo avanzado del embarazo (semana 38a) y el diagnóstico de partida, debía quedarme ingresada para realizar unas pruebas: exploración, ecografía doppler y registro topográfico. Todo estaba normal, el bebé se alimentaba, sólo que su tamaño correspondía al de un niño delgadito. Me dieron la primera foto de la cara de Mateo, una imagen en eco 4D, en la que se velan dibujados sus labios perfectos. Por último, me conectaron a la máquina de registros, y ya tenía contracciones, aunque tan leves que para mi eran imperceptibles. Con la última contracción, el latido del bebé bajó de los valores normales y la doctora me dijo que para eliminar riesgos me inducirían el parto.

El procedimiento era el siguiente: me suministrarían un medicamento para abrir el cuello del útero, era un dispositivo vaginal que debería llevar doce horas. Si el parto se desencadenaba, bien. Si no, me lo retirarían, pasarla allí la noche y por la mañana me suministrarían la oxitocina para forzar el parto. Eran las dos de la tarde. Varias horas después, tras el análisis de nuevos registros, me dijeron que el proceso debía acelerarse, y me pasaron a la sala de dilatación. Me atendió un equipo médico magnifico, las mejores ginecólogas, matronas y enfermeros, por eso yo estaba bastante tranquila.

Uno de los episodios más desagradables fue la rotura de la bolsa, que hicieron manualmente, pues el parto no avanzaba de manera natural. Tenía el cuello del útero tan cerrado y la dilatación era tan poca, que el trabajo fue difícil, para la matrona y para mí. Me pusieron oxitocina y comenzaron las contracciones.

De manera casi inmediata, vino la anestesista para aplicarme la epidural. Sentí sensaciones desagradables pero nada dolorosas. De hecho, me quedé un poco dormida, era muy entrada la noche y estaba muy cansada. A las cuatro de la madrugada, el latido del bebé se alteraba con cada contracción y el equipo médico decidió practicar una cesárea. Me informaron que el nido venia con varias vueltas de cordón, por eso no había bajado por el canal del parto. La operación duró muy poco, fue cuestión de minutos. Entonces llegó el momento más mágico de toda mi vida: la ginecóloga dijo en voz alta que ya le vela la cara a Mateo, que se parecía mucho a mi y, a continuación, lo sacó y me lo enseñó. No hay nada en el mundo comparable a la emoción de ver a mi hijo con los ojos abiertos, recién salido de mi vientre, mirándome, como diciendo: «Mamá, tranquila, ya estoy aquí. Mateo nació el 20 de Septiembre de 2006, a las 04.45, y pesó 2,200 kg.