Normalmente, las pesadillas no se deben a ningún problema, sino que ocurren por multitud de razones: estrés físico o emocional, alguna experiencia que altera al niño, una cena copiosa, un cambio en su hora habitual de acostarse, un día de mucho movimiento y emociones… A veces un acontecimiento especialmente estresante puede hacerlas aumentar en frecuencia.
El pequeño elabora así sus distintos miedos, por ejemplo, el temor a la muerte de un ser querido, un cambio de cole, una mudanza o la separación de los padres.
En esos casos hay que darle confianza para que hable del tema durante el día, responderle con honestidad, pero asegurándole que no tiene por qué ocurrir nada y que él estará seguro. Hay que darle tiempo para que asimile la nueva situación y pierda el miedo. Poco a poco, las pesadillas irán mitigándose.
Si sus miedos son a algo concreto, como los insectos, hay que procurar hacérselos más familiares, con juguetes, peluches, cuentos donde haya una hormiga o una abeja simpáticas o pidiéndole que los dibuje. Si le asustan los seres imaginarios como monstruos y brujas, le explicaremos que no existen, que sólo están en la fantasía.
Ver escenas dramáticas o traumáticas en la televisión también puede provocar pesadillas. Los niños son muy influenciables por películas 0 relatos de miedo (y el telediario puede ser el más terrible de todos), así que procuremos no exponerles a visiones que alteren su sueño.
Si las pesadillas se producen con mucha frecuencia o si el niño que las sufre tiene más de siete años, conviene consultar con un especialista.