Una de las principales causas de la alergia -aunque parezca contradictorio- es el exceso de higiene. Debido a la ausencia de parásitos en nuestra sociedad y a la reducción de infección en la edad infantil, como consecuencia de un exceso de higiene, la parte del sistema inmune responsable de defender al organismo de infecciones parasitarias, se queda sin trabajo y se dedica a defenderlo contra sustancias que no son patógenas, como los alimentos o el polen.
Los bebés nacen en ambientes estériles, se les vacuna antes de dejar la maternidad, se esterilizan todos sus biberones y chupetes, se les administra antibióticos desde que son muy pequeños… En definitiva, se evita el contacto de los niños con estímulos microbianos, bacterianos y virales, lo que en muchos aspectos es positivo porque previene infecciones que pudieran ser peligrosas y que hace años provocaban una alta mortalidad infantil, pero que en otros aspectos es negativo, porque el sistema inmune no se desarrolla como debiera y no aprende a actuar correctamente ante los diferentes estímulos, sean patógenos o no.
La teoría higienista, que también tiene sus detractores, ha sido sobradamente demostrada a través de investigaciones realizadas en todo el mundo. Por ejemplo, un estudio desarrollado en Suecia y publicado hace una década en la revista The Lancet, mostró que los niños que habían sido criados en un estilo de vida convencional y en zonas urbanas tenían más alergia que aquellos que habían vivido según el llamado «estilo de vida antroposófico»: niños no vacunados, a los que no se les administra antitérrnicos o antibióticos, a los que se les da alimentos fermentados naturalmente.
Por supuesto, como recuerda el doctor Antonio Nieto, ni esta teoría explica todos los casos de alergia ni, en ningún caso, es beneficioso volver a esa forma de vida «natural». No olvidemos que la limpieza y la esterilización de los utensilios usados con los niños, la potabilización del agua, el control alimentario, las vacunas y los antibióticos han salvado muchas vidas.