Son capaces de lanzar la bola más increíble con la mirada límpida y una total convicción. ¿Cómo debemos reaccionar? ¿Y si se acostumbran a mentir?
«Yo vivo en el trabajo de mi mamá, mi casa está en la oficina de mi mamá», cuenta una niña de cuatro años a todo el que la quiera oír. Y cuando la madre la reprende: «Anda, ¿cómo dices eso?», ella contesta: «Anda, tú, mami, di que sí»
Las fábulas, los cuentos, las ficciones son parte del mundo infantil, como los juegos. Muchos tienen amigos o mascotas imaginarias. Y que sea una fantasía no quiere decir que no se la tomen muy en serio, al punto de hacerle un lugar en la mesa y pretender que sirvamos otro plato.
La imaginación les sirve para muchas cosas. En el crecimiento intelectual, poder poner un objeto en el lugar de otro, que un palito sea una espada, significa que el niño ya tiene la idea de la espada y no le hace ninguna falta tener una real. Y así, a medida que pueden recrear objetos ausentes, van ampliando su propio mundo.
En el desarrollo afectivo, la imaginación les ayuda a aceptar situaciones difíciles, como en el caso de la pequeña a la que no le gusta separarse de su madre cuando ésta se va a trabajar. También les resulta muy útil en lo social, cuando le inventan hazañas a papá o al hermano mayor o cuando cuentan que los Reyes Magos les trajeron un helicóptero «de verdad».
Es que todavía no les importa la verdad, sino poder creer en eso que quieren creer aunque sea un rato. Porque es una conquista de pensamiento muy grande la que hacen cuando pueden tabular.